lunes, septiembre 07, 2015

El hombre y la mujer más fuertes del mundo.


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NOTA: Planeaba publicar esta entrada de blog hace ya un mes... Antes que mamá partiera, pero una vez más el tiempo se me fue. En vez de editar, lo presento así para recordarme lo frágil que la vida es y lo mucho que puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.


Agosto 24, 2015
Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente... (tanto)
Hace un par de semanas hice un viaje express a México a ver a papá, quien ha tenido varios infartos cerebrales en los pasados dos años y medio, dejándolo sin movilidad y sin la habilidad de poder hablar como lo hacía antes. Al viaje le siguió una semana llena de inscripciones escolares y deportivas, visitas al médico (terminé enferma y deshidratada) y preparaciones para el regreso a clases... Mi mente y cuerpo terminaron exhaustos.

Dos años y medio han pasado desde que sentí que perdía a papá al recibir la noticia de su primer infarto cerebral. Después de tres más que prácticamente lo han condenado a la cama, pude por fin ir a verle por una semana. Semana que no fué suficiente para abrazar, besar y decir tantas cosas que no se dijeron en toda una vida. Pero suficiente para darme cuenta que la vida pasa, que no hay vuelta de hoja y que antes que nos demos cuenta la gente a la que amamos envejece y se nos va.

Hay muchas razones por las que no visité antes y las cuales en su momento fueron válidas al excusar mi ausencia. Ahora las veo como razones inútiles y las cuales desearía haber podido evitar. Pese a todo me alegró poder ver a papá aún cuando me reconoce, cuando aún puede reírse al recordarle que me debe una lana por las canas que me hacía cortarle mientras se quedaba dormido (me decía que luego me pagaba al despertar) y cuando aún puedo escucharlo quejarse porque la comida no tiene sabor.

El hombre más fuerte del mundo que un día conocí ya no existe. El ser que se encuentra en ese cuarto blanco y pequeño que se construyó en un abrir y cerrar de ojos no es el mismo ser que bailó un vals conmigo hace más de quince años, ni tampoco es el que cargó de caballito a mis hijos cuando eran pequeños. El ser que habita ese cuarto es un ser que poco a poco nos deja y poco a poco se desvanece. Me duele el corazón cada vez que pienso en lo que pude haber dicho, lo que pude haber hecho y lo que tal vez pude haber cambiado cuando ese ser aún existía. 



En mi visita le platiqué a papá y le escuché. Lo poco que podía decirme era referente a la comezón que le dá su piel (se ha secado extremadamente a causa de la diálisis que se le realiza cuatro veces al día), la falta que le hacen sus dientes para comer y lo mucho que desea poder salir a caminar y poder regresar a su casa. Se le salen las lágrimas en todo momento; cada vez que recordaba a cada uno de sus hijos, al ver o platicar de mi piel y la fotodermatitis, al preguntarme cuándo regresaba a casa, cuando le preguntaba de su mamá, al ver a mis nenes y darse cuenta qué tan grandes ya están...

Le pregunté qué le gustaba hacer cuando era un adolescente. Aprendí que tomaba clases de natación en una alberca olímpica de la Ciudad de México y que en un evento fue hasta felicitado por quien entonces fuera el presidente (existía una foto, la cual no se sabe dónde paró). Platicamos un poco del tiempo que trabajó como operador de autobuses de la Ruta 100 (mamá me dijo duró nueve años trabajando ahí). Y de cuando conoció a mamá, historia que bien me contó mamá unos días antes y que al comentar al respecto, le hizo reír a papá. 

Lo que más disfruté fue la interacción que tuvo con mis nenes, especialmente con Diego, a quien hasta un saludo le enseñó! Y qué sorpresa me llevé cuando Abril lo vió, abrazó y se soltó a llorar. Esta acción me confirmó que aunque ya una adolescente (los cuales parecen no tener sentimientos a veces e importarles un cacahuate lo que pasa a su alrededor) mantiene su empatía y el amor que le tiene a sus abuelos, a pesar de la distancia, se mantiene intacto. En esta semana vi a mis nenes madurar increíblemente. Sí, extrañaban su casa, su cama, su horario, pero por las noches Neal les recordaba el motivo de nuestra visita y les escuché reiterar que "el viaje era para mamá y por mamá". Me hizo falta tiempo... 


Septiembre 7, 2015. 
Mamá murió el Jueves 27 de Agosto a las 12:01 de la madrugada. Trece días después de mi semana en México y de habernos dicho adiós por última vez. Habían pasado seis años ya desde la última vez que nos habíamos visto, abrazado, reído y hasta llorado. 

Mamá se venía quejando de dolor en el estómago desde ya hace meses. No era raro escucharla hablar de dolores o "achaques", pero esta vez el dolor venía intensificándose. Acudió varias veces al médico cuando el dolor se volvía intenso y la hacía caer en cama. Le recetaban pastillas para el dolor que funcionaban hasta cierto punto pero después nada. La última vez que se puso mal, el médico le recomendó un ultrasonido pues sospechaba se trataba de piedras en la vesícula. Parte de mi plan en la semana que estaría en México, fue que mamá comenzara a tomar ventaja del seguro médico por parte de mi hermana y se tratara de una vez por todas. 

El Miércoles 26 de Agosto a las 5 de la tarde mi mami ingresó a operación para extraer lo que se creía eran piedras en la vesícula y las cuales estaban obstruyendo conductos biliares. Dos horas más tarde recibí la llamada de mi hermana - Mamá había salido de la operación con un pronóstico que desearía nunca haber escuchado: Se le encontró a mamá cáncer en los conductos biliares. El médico no pudo remover todo el cáncer y a mamá se le pronosticaba poco tiempo... Nunca pensé se trataría de cinco horas únicamente.
     

Mi mami era un alma hermosa. Quien la llegó a conocer sabe que se quitaba el pan de la boca para ayudar y siempre tenía una actitud positiva hacia la vida a pesar de lo desafortunada que su vida fue. Siempre daba gracias a su dios por permitirle vivir un día más. No importando qué tan humilde vivía o lo poquito que tenía, lo ofrecía a quienes le llegaban a visitar o necesitaban de su ayuda. Podría escribir un libro acerca de su vida, pues la manera en que vino a este mundo, la manera en que creció, la manera en que vivió con papá y la manera en que tomó el que sus hijos crecieran e hicieran sus propias vidas, es motivo de recordarse... 

Es cierto que mediante los recuerdos que de ella tengo y mientras que yo viva, ella vivirá. Pero ya no saberle a una llamada de distancia me duele. Duele pensar en todas las cosas que "planeaba" hacer con ella una vez que la trajera a visitarme. Duele pensar en las veces que no pude decirle que estaba triste y lo único que quería era que me dijera que me quería. Duele el darme cuenta que mis hijos crecerán sin ella. Duele saber que mamá se fue sin ver a todos sus hijos reunidos por última vez. Y duele pensar en lo egoísta que soy al haber querido que aguantara una vez más y resistiera un trancazo más de la vida con el pronóstico de cáncer.

Sí, la vida es frágil y me ha sorprendido inimaginablemente.


El haber visto y convivido con mis hermanos durante el velorio y un par de días después me ayudó a no hundirme en lagrimas. La visita de mi hermano este fin de semana me hizo bien también. Pero es cuando me quedo sola, cuando las luces se apagan o cuando los sonidos desvanecen que mi mente no encuentra distracción y comienza a preguntarse "por qué?". Es cuando parece irreal el que mamá ya haya partido y quisiera poder dormir y dormir más, pues es entonces cuando no duele tanto.
De los muchos pésames que me dieron uno se me quedó grabado: "Es una perdida que nunca dejará de doler y pasarán semanas, tal vez meses hasta que un día de repente te 'pegue' y te des cuenta que en realidad, ya se fue".

Me da miedo cuando llegue ese momento.


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