Hace doce años una hermosa princesa llegó a mi mundo para endulzarme la vida. Me sacudió con su ternura, su belleza, su perfección y me desgarró con su incondicional amor. No hay día que no esté agradecida con la vida por ella. Y no hay festejo grande o pequeño que le pueda demostrar lo que significa para mí o lo mucho que la amo. El verle crecer día a día me ha llenado de gran satisfacción, me ha hecho crecer no solo como mamá pero como mujer también. Me ha ayudado a entender la vida; complicada o no y me ha demostrado que en ella se 'escoge' el ser feliz.
Casi ya una adolescente (lo que hace mis rodillas temblar de vez en cuando) y me emociona saberle más "cerca de mí"; interesada en mi guardarropa, maquillaje, esmalte, zapatillas y sobre todo en la profesión que su mami decidió perseguir. Me encanta escucharle hablar de los compañeros de escuela, del 'drama' que cierta parejita atraviesa y preguntarse 'qué onda con eso que algunos llaman noviar?'. Disfruto llevarla a tomar un café y terminar ordenando un hot-coco con espuma para ella, así como su incontrolable risa que derrama cuando le ataca el nervio. Adoro sus mejillas sonrojarse al escuchar a papá y mamá cuestionar esos programas PG13 que tanto le gustan ahora (Vampire Diaries por mencionar alguno) y continuar con esas pláticas educativas que algún día teníamos que tener.
Mi preciosa terminó con un cumpleaños semi-amargo al enfermarse de gripe y pasándose la mayor parte del fin de semana con el moco salido y algo de temperatura. La cobija que recibió como uno de sus regalos sin duda le vino a caer como anillo al dedo; la mantuvo calientita mientras experimentaba los escalofríos de la gripe y sirvió de pretexto para invitarme a 'provarla' en el sofá a su lado viendo un buen de películas.
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